Literatura latinoamericana infantil en la actualidad
Si se analiza la temática de la literatura por edades, se notará un sesgo particular, cuando intenté inculcar a los niños la lectura, me resultaba difícil encontrar historias que ocurrieran en las ciudades, la temática de animales, naturaleza y experiencias ajenas a los niños de la ciudad era lo que se podía entrar entre las opciones.
Otras de los temas estaba en el uso recursivo de la personificación de animales o cosas, separándose entre época el corte moralista de la historia simple sin esa connotación, el estímulo de lectura, parece propio de una edad infantil como si el interés de esa edad condicionara esos temas. Mi búsqueda de literaturas infantiles, que reflejaran más el entorno de niños urbanos, no sólo me hizo notar los escases de ese tipo de temas, sino que adelanto el ingreso a la literatura de adolescente, donde se encuentran historias que mejor se adaptan al entono del niño urbano.
Esta carencia me hizo convocar a algunas escritoras argentinas, y a un análisis de la literatura latinoamericana en relación a la edad, pero, en literatura infantil, la cosa no parece tan fácil de resolver, lo que me ha dejado en el centro de la idea sobre si lo que forma la lecturas de lo hay, no modela a su vez la preferencia de los niños, no podría comprobarse lo contrario puesto que no hay suficiente literatura como para plantear la diferencia.
En lo personal, la solución fue pasar rápidamente a las historias “sin dibujitos”., pero antes, tuve la suerte de encontrar a ese maravilloso historietista, muy peculiar, al que he recomendado durante años, para niños y mayores, que me han agradecido la recomendación, me refiero a toda la zaga de Chanti, “El mayor y el menor”, a quien tuvimos la suerte de conocer en una de las Ferias del Libro, precisamente con los niños, que se volvieron fanáticos desde el primer número.
Luego, parece que hay muchas ideas preconcebidas que devienen de una línea literaria antigua sobre los gustos de los niños o sus preferencias, cabe destacar que se supone que las editoriales y las librerías conocen mejor que nosotros el tipo de libro que corresponde leer a los niños en diferentes edades, cosa con la que discrepo, yo misma fui una niña, con una biblioteca de grandes a la que recurrí sin guías ni prohibiciones y que me hicieron una lectora vorás y ecléctica, misma intuición desordenada que desarrollé para la elección de lecturas, aunque el tiempo inclinó mis preferencias hacia la literatura latinoamericana, pienso que es una deuda a los niños actuales comenzar a escribir historias que reflejen mejor el contexto actual.
Un poco hay de eso que los escritores de hoy, no están tan incluidos en la tecnología como creen, los no nativos informáticos van detrás de la tecnología, más impactados por ella que interesados, por lo que es tomada más bien como una intromisión que como una herramienta más, quizás de tema, quizás argumental, para la escritura.
Parece que la verdadera innovación provendrá de estos niños de hoy, o de los jóvenes nativos cuya temáticas está fuera de la experiencia de los escritores mayores, cuyos intereses y opción para la escritura juvenil, ya fue modelada con esas lecturas que, justamente, son mi reflexión de hoy, escritores que escribieron sobre una vida y experiencias completamente fuera de la realidad del niño urbano.
Este es quizás una reflexión que no tiene su correspondiente respuesta, ya que vivimos una diferencia sustancial entre la nueva generación, la generación nativa, que vive la literatura más como experiencia sensorial, mezcla de recursos y dispositivos informáticos que comparten la palabra con una realidad aumentada o videos de tipo lúdico, ajenos al placer de la abstracción en el mero contacto entre libro en papel y lector; en el medio, quedaron las historias de niños urbanos, como un agujero para pasar directamente a las historias que se cuentan con un medio, o dispositivo que inventa el entorno físico, que se parecen más a juegos que a lecturas.
Aún no hay historia para saber qué pasará con esos nuevos tipos de lectores.
Nunca más evidente que la moneda es un concepto difícil de relacionar con un valor significativo, pero que implica una condición común a cualquier definición: su representación debe ser aceptada por t