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DaniloAlberoVergara 8/23/2021 7:45:44 AM
DaniloAlberoVergara
Pac Man y Tetris
Danilo Albero Vergara escritor argentino
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Tags Literatura literatura latinoamericana literatura hispanomericana ensayos literarios Danilo Albero Vergara escritores argentinos escritores latinoamericanos novelas de escritores argentinos
 
Literatura, relatos, crítica, comentarios sobre libros.
 

Cuando vamos por ellos, los recuerdos surgen de las profundidades de la memoria; también puede ocurrir que afloren a causa de algún imprevisto, de la misma manera como la pleamar, al retirarse, reflota objetos del fondo del mar o trae restos de un naufragio y los deja en la playa. Así el oficio de escribir tiene algo de la actividad de los raqueros, que deambulan por las costas al acecho y captura de estos trofeos, rastreados o inesperados.

Los escritores también andamos al raque y en esta rapiña todo artificio, leal o artero, es válido; en estos últimos días, avanzando en la relectura de Don Quijote, la historia del Caballero de la Triste Figura sobre cuando se quedó dormido en la cueva de Montesinos y lo que recordó cuando lo despertaron, me hizo pensar, vericuetos de la memoria, en dos videojuegos en los que me inicié a principios de los ’90 en la ciudad de México: Pac Man y Tetris y, pensé de qué manera evocar esos juegos no ocultaba una historia encubierta como La figura en el tapiz. Ese año en México vivimos, durante tres meses, en el entrañable barrio de Coyoacán; agradable por la arquitectura, el exuberante Jardín Viveros -donde he visto los más bellos bonsáis, como sólo la verbosa imaginación mexica puede urdir-, librerías, pequeños restaurants de comida típica, surtidas papelerías -solo superadas por la inigualable Hakikat de Estambul, cueva de Alí Babá para los amantes de cuadernos, papeles, lápices, lapiceras, artículos de dibujo y pintura- y los insuperables dry martinis de Sanborns.

Durante los noventa días en Coyoacán, no tuvimos señal de internet en el departamento, todos los días frecuentamos un locutorio cercano que tenía el valor agregado de  un local de videos donde conocí a Pac Man y a Tetris; y a los dos me aficioné durante esa estadía. Al primero los chilangos, insuperables a la hora de los hipocorísticos, llamaban Comecocos, alusión al héroe, un círculo amarillo al que le falta un sector, como si fuera una pizza a la que le han cortado un par de porciones y por su rol en el juego. El Comecocos debe moverse por un laberinto cuyos senderos estaban marcados por líneas de puntos con la misión de comérselas y “limpiarlo”, para eso tiene que escapar de cuatro fantasmitas o cocos de distintos colores -antecesores de los hoy fatigados zombies que contaminan pantallas de cine, televisión y cerebros de sus devotos espectadores- que buscan destruirlo; para eso el Comecocos los devora, pero ellos, como zombies, resucitan. En su gesta, el Comecocos, tiene ayudas: unas frutillitas que aparecen y desaparecen y una serie de puntos fijos; las dos le dan el poder de comerse temporariamente a los fantasmitas, además cuenta con rincones donde sus perseguidores no lo ven, allí se queda a la espera de que el peligro pase para continuar la misión.

Ya el Tetris tiene menos incidentes pero es un juego de lógica que apela a la visión espacial. Un rectángulo dispuesto de manera vertical cuyas bases miden diez cuadraditos y la altura, variable, compuesta de la misma manera. Desde la parte superior van descendiendo de manera aleatoria, siete figuras diferentes, todas compuestas por cuatro cuadraditos -de la misma dimensión que los que constituyen base y altura-. El jugador no puede frenar la caída pero sí girar las figuras, noventa grados por vez, de izquierda a derecha y viceversa, también desplazarlas horizontalmente mientras van descendiendo, así decide donde caerán. Cuando se completa una línea horizontal, casi siempre acumulada sobre otras, ésta desaparece y las piezas que están acumuladas descienden una posición. Puede ocurrir que una pieza, correctamente ubicada, complete más de una línea; lo que es inevitable es impedir que las piezas caigan con velocidad creciente.

Por las dispersiones e historias embozadas en recovecos de la memoria que convocan, las reminiscencias, cuando afloran, deben ser manipuladas de manera selectiva; son como ovejas desperdigadas, es necesario buscarlas desde el recuerdo del que han escapado y arrearlas hasta su corral para que no se mezclen con otras; y manipularlas con el mismo cuidado con que hojearíamos las páginas del diario íntimo, húmedo, que cayó al agua y logramos rescatar, cuidando no romperlas al momento de despegarlas. Las vivencias pasadas no se pueden embotellar como un perfume para que no se evaporen y permanezcan frescas e inalteradas cuando uno decide volver para escribir sobre ellas o incorporarlas en un relato. El intento de enhebrar, en orden, la secuencia de recuerdos es como seguir el curso de un gran un río desde sus orígenes, se empieza por ramificados afluentes que se unen en brazos principales hasta fundirse, o confundirse, en una sola corriente que desembocará en el mar, origen de la vida y de la historia de la literatura que empezó a escribirse con las cóncavas naves que llegaron a Ilión y luego continuó en las derivas de Odiseo y, antes de las dos, en la búsqueda de Jasón.

Cada vez que volvemos sobre sobre nuestro pasado, algunos recuerdos, antes desenfocados y borrosos, ahora afloran nítidos, y otros, ayer claros y definidos, hoy difusos e imprecisos; pero siempre en secuencia distinta y, en cada evocación, con distinto orden. Es como si un mago, al momento de presentar un truco con naipes, descubre que alguien le barajó el mazo, entonces no puede hacer el truco de la manera deseada sino de otra. Como en La figura en el tapiz de Henry James, los tramados de recuerdos encierran una clave para interpretar el secreto, la figura oculta en el tapiz persa, que bien puede ser la alfombra voladora de nuestra inspiración, ahora con una pequeña celada, por ejemplo: durante el vuelo el viajero no debe pensar en un cocodrilo, animal anfibio, de lo contrario el conjuro se rompe. Porque el trabajo del narrador tiene un toque de esquizofrenia; nosotros seremos quienes fabulamos en el papel si no pensamos en quienes somos al momento de evocar para escribir, las dos imágenes que tenemos de nosotros mismos al momento de plasmar una en la hoja en blanco son animales anfibios: pueden sobrevivir sobre la superficie y visibles, o bajo ella e invisibles.

Si Pac Man tiene refuerzos extras en su contienda, nuestros objetos, fotos, viejas notas o subrayados y observaciones en los márgenes de los libros, nos dan vigor para continuar nuestro trabajo. También como en el Tetris, podemos acomodar las figuras que caen hasta ir completando capas completas; las hojas escritas que se acumulan hasta cumplir con nuestra misión, como el Comecocos.

 





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