Fraile Aldao de Jaime Correas 1/2/2023
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
Literatura latinoamericana, ensayos literarios, relatos, literatura hispanoamericana

Transitar por la obra de Jaime Correas, es sumar teselas a un enorme mural en construcción; la historia de la provincia de Mendoza en su relación con el resto del país y el mundo. Hay un mecanismo de metrónomo que mide los tempos de una suerte de Aleph borgeano, el centro de una esfera, en este caso sonora, que permite apreciar el universo desde todos los ángulos y perspectivas; y ese Aleph sería la provincia, su historia y la de los hombres que la construyeron. De ser tomada esta visión y símil Mendoza / el Aleph podría invertir la primera frase de este párrafo y decir “la historia del mundo en su relación con la provincia Mendoza”.

Porque a lo largo de la obra de Jaime Correas, como narrador, investigador y ensayista se puede ver como cada hecho histórico o personaje tratado no es un hecho local aislado -regional o nacional- sino que está en consonancia con el mundo, como dice aquella frase cara a la teoría del caos: “El aleteo de una mariposa en Sri Lanka puede provocar un huracán en Lousiana”. Y de esto da cuenta parte de su obra que -dejando de lado la narrativa- abarca las historias de las familias mendocinas, la estancia de Cortázar como profesor de la Universidad Nacional de Cuyo, la antología de relatos de mitos y leyendas cuyanas, historias de caudillos argentinos, la edición bilingüe español inglés del poema Piedra infinita de Enrique Ramponi, con un estudio en posfacio, redactado en forma epistolar, la reciente edición de Mendoza era una fiesta, memorias de Rosel Albero, mi padre, quien fue gestor cultural en la provincia durante la década de los ’60; sin dejar de lado sus valiosos aportes a la vida y obra de Antonio Di Benedetto.

Esta cosmovisión estética y ensayística tiene un antecedente ficcional, la primera novela de Jaime Correas: Los falsificadores de Borges (2011). En ella, un grupo de estudiantes de Mendoza, del cual forma parte el narrador, publican, en una editorial artesanal, un poema atribuido a Borges; años después, el autor -alter ego de Jaime Correas-, recibirá una llamada desde Berlín que provocará una investigación internacional, acompañada de cruces de correos electrónicos y entrevistas, donde se verán implicados nuevos protagonistas en Europa, Estados Unidos y varios países de América, para develar la autoría del poema. Mendoza como cronotopo, según la terminología de Mijail Bajtin.

Ahora, en este nuevo libro, Jaime Correas elige el tema novela histórica: Fraile Aldao. Un general de la Santa Federación. La elección del género no es casual, porque la ficción le permite iluminar con distintos matices la vida de un personaje controvertido y espinoso para nuestra historiografía, por razones que el autor detalla en el prólogo: “la historiografía liberal sigue la línea condenatoria de Sarmiento y la revisionista lo invisibiliza, quizás por su condición de fraile apóstata”, de manera tal que Aldao aparece siempre como “un personaje de segunda línea”. Y así la opción ficcional le posibilita matizar aspectos de la personalidad del fraile, no aclarados por biógrafos e historiadores, siempre en tensión entre sus votos sacerdotales y su vocación de militar y político, en armonía con la conflictiva historia nacional que abarcó gran parte del siglo XIX para concluir con la Organización Nacional.

José Félix Aldao (1785-1845) fue hijo de Francisco Esquivel y Aldao, oficial de la corona española que, por razones nunca aclaradas, fue enviado a la provincia, y de María del Carmen Anzorena Nieto, joven mendocina. Dos de sus hermanos menores abrazaron la carrera militar en el Ejército de los Andes. Pero José Félix, siguiendo directivas paternas y maternas, ingresó a la orden de los Dominicos donde se ordenó sacerdote.

Una cosa es seguir la voluntad de sus progenitores y otra la pulsión de su naturaleza rijosa, que lo alejaba de la vida monacal acercándolo a trifulcas callejeras y aventuras de alcoba. Así, ya armado el Ejército de los Andes, se une a la campaña como capellán, pero antes de finalizar el cruce de la cordillera, cambia la sotana por el uniforme y el cáliz por el sable de granadero, regresando a la provincia con una mujer peruana y el grado de teniente coronel. Luego de una breve y exitosa actividad como viñatero, quizás motivada por su afección a la bebida que, junto con la del juego, lo acompañó hasta su muerte, tomó nuevamente las armas, participó en las guerras, de la frontera y civiles, se adjudicó el grado de general y gobernó la provincia.

La elección del género acerca a esta novela a la apreciación de Aristóteles en su Poética: “Pues el historiador y el poeta no difieren porque el uno utilice la prosa y el otro el verso (se podría trasladar al verso la obra de Heródoto, y no sería menos historia en verso que sin verso) sino que la diferencia reside en que el uno dice lo que ha acontecido, el otro lo que podría acontecer. Por eso la poesía es más filosófica y mejor que la historia.”

De esta manera, a través del recurso de un narrador en tercera persona y diálogos entre los personajes, Jaime Correas nos ofrece un fresco de época que abarca de hechos históricos a costumbres, hábitos, comidas, modas, arte y medicina. El desarrollo seguido recurre a un prólogo, una introducción del autor y una bibliografía al final separada en tres partes: la específica sobre José Félix Aldao; sobre la historia de la provincia; y otra más abarcadora que incluye Archivo General de la Provincia y Archivo General de la Nación.

Hay en su trabajo la mirada del médico forense, capaz de leer los mínimos detalles y configurarlos en un relato; y recuerdo una frase de la serie del detective Rocco Schiavone, cuando el forense le dice, palabras más palabras menos: “yo leo los cadáveres, a usted le corresponde averiguar quién fue el que los llevó a ese estado”. Solo que Jaime Correas lee en todas las formas del papel impreso y archivos de imágenes; para tramarlas en torno a su entorno andino de los valles de pedemonte. Su obra, como cuentas de un rosario o capítulos -o tomos- de un gran libro, podría titularse El Aleph de la provincia.

Como última reflexión, en una conversación que tuvimos en Mendoza, hace poco, cuando le conté que estaba releyendo las aventuras de Astérix, me enteré que era fanático del galo porque “Astérix y su aldea están en la provincia de Mendoza”, y me contó largamente sus razones. Pero este es otro relato que nos debe.

 

 

 

 


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