Que entre vecinos de haya acuerdos, que entre parejas apasionadas las peleas crecen, que entre hombre de negocios se crean rencillas, no extraña a nadie, pero que entre hombre de fe, de religión, no sea posible un acuerdo es una las contradicciones más extrañas en la historia del comportamiento.
Se supone que la religión promueve la tolerancia, el entendimiento, la paz; sin embargo al decir por la historia de las guerras en nombre de la religión, cada vez queda más lejos la idea de que los hombres de fe, puedan ser una respuesta para un mundo que busca paz, conciliación, amor.
Los errores de las guerras religiosas, que se convierte en el discurso de errores de la iglesia, es el modo en que se desplaza los errores de los hombres hacia las instituciones, para despersonalizar delitos que a lo largo de la historia, no han hecho más que excusar a los culpables y tratar de tapar sus efectos.
La humanidad no parece estar preparada para asumir por sí misma sus destinos, necesita de lo sacro para dejar en manos de otro la incertidumbre, y con ello, avanza pisoteando cualquier duda e incluso justificando la violencia en contra de esa duda.
La humanidad también sabe que el único modo de continuar, es consensuar, aceptar a otros, a los que tienen otra religión, a los que no la tienen, incluso, a pesar de los discursos, la mayoría vive sin la ley de dios, y solo en momentos críticos recuerdan que tal vez haya un creador.
El mayor símbolo de iconos de que se sirven los hombres de fe para justificarla, es el templo de Jerusalén, que como buen símbolo de extraordinario atractivo místico, es disputado por cada uno de los grupos religiosos que asignan propiedad, la Iglesia del Santo Sepulcro, el templo más importante de la cristiandad, es también un símbolo para las divisiones, entre griegos ortodoxos, latinos, armenios y todo tipo de comunidad cristiana, no han logrado ponerse de acuerdo en retirar esta escalera, de origen presumiblemente libanés, que desde 1757 está sobre una de las ventanas.
En este santuario, donde se dice que Jesucristo fue crucificado y donde fue enterrado antes de que haya resucitado, las emociones burbujean y no han encontrado espacio para resolver el simple traslado de una escalera que probablemente se haya utilizado para algún arreglo.
Si entre acólitos de la misma religión no han logrado ponerse de acuerdo en algo que aparentemente es simple, qué se puede esperar del resto de los asuntos de la humanidad.
El asunto es más simbólico representativo que de posibilidad, mover algo tan pequeño, haría que la significancia de los actos cobrar algún sentido.
Así se ha construido estos imperios que dominan el sentimiento y sentido de los hombres, otorgándole un símbolo a actos insignificantes.
No se pude negar la calidad de la escalera que habrá sobrevivido a los siglos, al igual que las paredes sobre las que apoya, pero mucho más impresionante es la torcedura que le dan la humanidad a ciertos actos.