Literatura, relatos, Metaliteratura, revista literaria
Algunos, con el agua, se oxidan por fuera, otros por dentro, después están los que como yo, sin valor para averiguar si pertenecemos a una u otra especie, miramos la lluvia desde las ventanas; la oímos detrás de un libro o nos arrulla un profundo sueño.
He evitado cuidadosamente caer en alguna de esas clasificaciones, porque tengo la obsesión de tratar de dominar mi tiempo. Si algo sobra en Buenos Aires es el refugio en bares, espacios típicos desde el que la lluvia nos hace guiños, nos permiten unas pocas líneas en servilletas o nota al pie en la infiel memoria, y carezco de la suficiente ambición de conocerme a mí misma, temo al monstruo que los demás detectan, para qué.
Sin embargo hoy, la indecisión del ya, está inquietándome, mientras escucho que ya llega la lluvia, en realidad cae luz, luz de punta, brillante, tan veloz que se calienta con el roce entre sí, emite nubes de vaho y una sustancia gomosa que se pega a la piel.
Le temo a la libertad usual del tiempo propio, no vaya a ser que me encuentre libre de mis precauciones y termine por descubrirme a mí misma.